El fútbol tiene un gran poder, de ésos que tantas personas a quienes el deporte no les apasiona no entienden. Nos hace emocionar, temblar, doler la cabeza, llorar de alegría o tristeza, amar de la forma más pura que muchos hemos conocido. Y, además de ver por los colores y la devoción a una institución, también nos deja personas. Lastimosamente esa pasión en común conjuga empatía con amistad y en un sin número de casos entendemos a los golpes, tan bastos como los que Uruguay le propinó a los muchachos colombianos, que no necesariamente se deben conectar.
Recuerdo mi primer partido en el estadio. Trece años cumplidos y una lateral norte a reventar. Dos "amigos" llegaban juntos y compartían cigarrillos y anécdotas. Empieza el juego y apenas pasado el primer cuarto de hora uno de ellos emana sangre y madrazos, los mismos compañeros de parche los separan y sacan al herido del partido y de una concepción errónea de la amistad. Tuve la oportunidad de reconocerlo y hablar con él algunos años después. "Así tuve que aprender, literalmente a los golpes", me decía.
Tal vez algunos de ustedes recuerden un campeonato en el que se programaron un par de clásicos seguidos y para el segundo sólo le permitieron adquirir boleta a los hinchas que habían comprado y usado la entrada de su juego predecesor. Para ambas batallas iría a oriental ya que mi padre me acompañaría y en esa segunda búsqueda de papel me encontré con un viejo 'amigo' con quien frecuentábamos la popular; estaba retacando y muy hábilmente quiso robarme mis dos tickets recién comprados. Con delatarse no sólo se rompió una amistad, también su tabique y tal vez algo más, de manos de quienes hacían fila conmigo y de la fuerza pública presente.
Tuve la "fortuna" de asistir al estadio en los dos hechos violentos entre hinchas divulgados por televisión: la pelea en lateral sur por Copa Mustang y en lateral norte por Copa Cafam. No me hablaba (ni me hablo) con los implicados y ésta es la hora en la que aún no entiendo las razones, pero pude ver como el azul y blanco de la camiseta pasaba a un segundo plano y el rojo, sin que el vecino fuera el rival, predominaba en las gradas Embajadoras. Lo que podría casi asegurar es que algunos de ellos departieron una cerveza, un bus que los llevaba a las demás ciudades que alojaban a los guerreros azules o se abrazaron en goles y celebraciones en el pasado, para luego 'romperse' por x o y razón. Y no precisamente el alma y la garganta alentando.
Un cántico que tan acertadamente entonamos dice que los técnicos y los jugadores se van y los hinchas somos quienes quedamos y nunca abandonamos. Para el pesar de muchos de nosotros, ésa también es una letra que aplica para muchos 'azules' que conocemos en nuestras travesías futbolísticas y/o de celebración posterior; así como surgieron aquellos que se disfrazaron de hinchas y robaron a los que celebraban el pasado cumpleaños 68 de Millonarios, por ejemplo, así también existen hinchas que Millos en cierto momento nos presentó y solemos confundir con la semántica del término 'amigos'. Usaba anteriormente la palabra 'fortuna' porque entendí gracias a esas experiencias que no hay que cegarse por congeniar en una prenda con el que va a mi lado caminando o en el bus. No obstante, duele y decepciona de igual o mayor manera cuando sus acciones cotidianas son las que logran abrir los ojos.
Aunque nuestros hermanos sean hinchas de Millos, NO todo hincha de Millos es nuestro hermano. Es algo que no debe olvidarse.